martes, 26 de junio de 2012

ESCUCHA, PEQUEÑO HOMBRECITO!


Te llaman «Pequeño Hombrecito», «Hombre Común»; dicen que ha empezado una nueva era, «la era del Hombre Común». No eres tú quien lo dice, Pequeño Hombrecito, sino ellos: los vicepresidentes de las grandes naciones, los líderes obreros que han hecho carrera, los hijos arrepentidos de los burgueses, los hombres de Estado y los filósofos. Te dan tu futuro pero no tienen en cuenta tu pasado.
Eres un heredero de un pasado horrible. Tu herencia es un diamante incandescente entre tus manos. Esto es lo que yo te digo.
Cada médico, zapatero, técnico o educador debe conocer sus debilidades si quiere trabajar y ganarse la vida. Desde hace algunos años, has comenzado a asumir el gobierno de la tierra. El futuro de la humanidad depende pues de tus pensamientos y de tus actos. Pero tus profesores y maestros no te dicen lo que eres y piensas realmente; nadie se atreve a formularte la única crítica que te haría capaz de tomar en tus manos tu propio destino. Sólo eres «libre» en un sentido: libre de toda preparación para gobernar tu propia vida, libre de toda autocrítica.
Jamás he escuchado de tu boca este reproche: «pretendéis convertirme en mi propio maestro y el maestro del mundo, pero no me reveláis cómo se llega a ser maestre de sí mismo ni me
decís cuáles son los errores en mi manera de ser, de pensar y de actuar».
Permites que los hombres en el poder asuman la autoridad sobre el «Pequeño Hombrecito». Pero no dices nada. Confías a los poderosos o a los impotentes -animados de las peores intenciones-, el poder hablar en tu-nombre. Te darás cuenta demasiado tarde que una y otra vez te estás equivocando.
Te comprendo. Innumerables veces te he visto desnudo, física y síquicamente, sin máscara, sin carnet de miembro de un partido político, sin tu «popularidad». Desnudo como un recién nacido, como un mariscal en calzoncillos. Te has lamentado ante mí, has llorado, me has hablado de tus aspiraciones, de tu amor y de tu tristeza.
Te conozco y te comprendo. Te voy a decir cómo eres, Pequeño Hombrecito, ya que creo honestamente en tu gran futuro. ¡No hay duda de que te pertenece! En primer lugar mírate a tí mismo. Mírate tal como eres realmente. Escucha lo que ninguno de tus führers y tus representantes se atreve a contarte.
Eres un «pequeño hombrecito medio». Reflexiona bien el doble sentido de estas dos palabras «pequeño» y «medio»...
¡No huyas! ¡Ten el coraje de mirarte a tí mismo!
«Qué derecho tienes para darme lecciones?» Puedo ver esta pregunta en tu mirada temerosa. La oigo de tu arrogante boca, Pequeño Hombrecito. Tienes miedo de mirarte, tienes miedo de la crítica, Pequeño Hombrecito, lo mismo que tienes miedo de la potencia que se te promete. No sabrías utilizarla. No puedes imaginarte que un día podrías sentirte de distinta forma: libre y no acobardado, sincero y no traicionero; que puedes amar en pleno día y no clandestinamente como un ladrón en la noche. Tú mismo te desprecias, Pequeño Hombrecito. Dices: «¿Quién soy yo para tener una opinión personal, para decidir mi vida, para decir que el mundo me pertenece? Tienes razón: ¿Quién eres tú para reclamar tu propia vida? Te voy a decir lo que eres:
Te distingues de los hombres realmente grandes, sólo por un rasgo. El gran hombre ha sido como tú un pequeño hombrecito, pero ha desarrollado una cualidad importante: ha aprendido a ver dónde era pequeño en su pensamiento y en sus acciones. En la realización de una tarea escogida por él mismo ha aprendido a darse cuenta de la amenaza que representaba su pequeñez y su mezquindad. Entonces el gran hombre sabe cuándo y en qué es pequeño. El Pequeño Hombrecito no sabe que es pequeño y tiene miedo de saberlo. Cubre su pequeñez y debilidad con fantasías de fuerza y grandeza -la fuerza y la grandeza de otros hombres-. Está orgulloso de sus grandes generales, pero no de sí mismo. Admira las ideas que no tuvo y no las que sí pensó. Cree mucho más en las cosas que no comprende, y no cree en la veracidad de las ideas que entiende más fácilmente.
Empezaré por el pequeño hombrecito en mí mismo:
Durante veinticinco años, he sido defensor, con mi palabra y con mis libros, de tu derecho a la felicidad en este mundo; te acusé de tu falta de habilidad para adueñarte de lo que te pertenece, para consolidar lo que habías conquistado luchando duramente en las barricadas de París y Viena, en la emancipación de los Estados Unidos, en la Revolución Rusa. Tu París ha desembocado en Petain y Laval, Viena en Hitler, Rusia en Stalin, y la independencia americana podría acabar en el régimen de los K.K.K. Sabías mejor cómo conquistar tu libertad que cómo conservarla para tí y para los demás. Esto lo sé desde hace mucho tiempo. Lo que no podía comprender era por qué cada vez que, tras ardua lucha, habías conseguido salir de. la ciénaga, te metías en otra peor. Pero poco a poco y tanteando, descubrí lo que hacía de ti un esclavo: ERES TU PROPIO POLICIA. Nadie, nadie excepto tú mismo es responsable de tu esclavitud. ¡Sólo tú, y nadie más!
Te sorprende ¿Verdad? Tus liberadores te cuentan que tus represores son Guillaume, Nicolás, el Papa Gregorio, Morgan, Krupp o Ford. Y que tus liberadores se llaman Mussolini, Napoleón, Hitler, Stalin.
Yo te digo: ¡Sólo tú puedes ser tu liberador!
Esta frase me hace dudar... Pretendo ser un luchador de la pureza y la verdad. Y he aquí que titubeo en el mismo instante en que me dispongo a decirte la verdad sobre ti, porque tengo miedo de ti y de tu actitud frente a la verdad.
Decir la verdad sobre ti es peligroso para la vida. La verdad es salvadora de la vida, pero se convierte en objeto de pillaje de todas las mafias. Si esto no fuera así, no serías lo que eres ni estarías donde estás.
Mi intelecto me dice: «Di la verdad cueste lo que cueste». El Pequeño Hombrecito que hay en mí dice: «es estúpido exponerse, ponerse a merced del Pequeño Hombrecito. El Pequeño Hombrecito no quiere oír la verdad sobre sí mismo. No quiere asumir la responsabilidad que le corresponde. Quiere seguir siendo un Pequeño Hombrecito o llegar a ser un pequeño gran hombre. Quiere enriquecerse o llegar a ser un líder político, o comandante de la legión o secretario de la sociedad' para la abolición de¡ vicio. Pero no quiere asumir la responsabilidad de su trabajo, del abastecimiento, de la construcción de viviendas, de los transportes, de la educación, de la investigación, de la administración... o de cualquier otra cosa.»
El Pequeño Hombrecito que hay en mí dice:
«Te has convertido en un gran hombre, conocido en Alemania, Austria, Escandinavia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Palestina, etc... Los comunistas te combaten. Los «guardianes de los valores culturales» te odian. Tus estudiantes te aman. Tus antiguos enfermos te admiran. Los afectados por la plaga emocional te siguen. Has escrito doce libros y cincuenta artículos sobre la miseria de la vida, la miseria del Pequeño Hombrecito. Tus descubrimientos y teorías se enseñan en las universidades; otros hombres, que comparten tu grandeza y soledad, dicen que eres un hombre muy grande. Eres comparado a los gigantes intelectuales de la historia de la ciencia. Has hecho el mayor descubrimiento de estos últimos siglos, porque has descubierto la energía vital cósmica y las leyes de funcionamiento de la vida. Has explicado el cáncer. Te han echado de un país a otro porque continuamente has proclamado la verdad. ¡Ahora relájate! ¡Ya no te preocupes más!. Disfruta los resultados de tus esfuerzos, goza de tu celebridad.
Dentro de poco tu nombre será reconocido en todas partes. ¡Ya has trabajado bastante! Quédate tranquilo y sigue buscando la ley funcional de la naturaleza.
Así habla el Pequeño Hombrecito que hay en mi y que tiene miedo de ti Pequeño Hombrecito.
Durante mucho tiempo estuve en estrecho contacto contigo porque conocía tu vida por. mi propia experiencia y quería ayudarte. Mantuve este contacto porque me daba cuenta que te ayudaba efectivamente y que tú reclamabas mi ayuda, a menudo derramando lágrimas. Poco a poco entendí que aceptabas mi ayuda, pero que eras incapaz de defenderla. Te defendí y llevé a cabo duros combates en tu lugar. Luego llegaron tus führers que destruyeron mi obra. No decías una palabra y los seguías. Ahora mantengo el contacto contigo para ver como podría ayudarte sin perecer convirtiéndome, ya en tu Führer, ya en tu víctima. El Pequeño Hombrecito que hay en mí, querría persuadirte, «salvarte» y querría ser mirado por ti con esa misma veneración que sientes por las «matemáticas superiores», porque no tienes la menor idea sobre lo que tratan. Cuanto menos comprendes más dispuesto estás a venerar. Conoces mejor a Hitler que a Nietzsche, a Napoleón que a Pestalozzi. Un rey tiene más importancia para ti que Sigmund Freud. Al Pequeño Hombrecito que hay en mí le gustaría conquistarte con los mismos métodos que emplean tus führers. Te tengo miedo cuando es el Pequeño Hombrecito que hay en mí quien quiere «conducirte hacia la libertad». Podrías identificarte conmigo y yo contigo. Asustarte y matarte en mi. Por eso no estoy dispuesto a morir por tu libertad de ser esclavo de no importa quién.
Sé que no puedes entender lo que acabo de decir: «Libertad de ser esclavo de no importa quién»; admito que no es una cuestión sencilla.
Para no seguir siendo esclavo de un único amo y convertirse en. el de no importa quién primero es necesario eliminar a este opresor individual, digamos el zar. Sin embargo, no se
podía ejecutar este asesinato político sin grandes ideales de libertad, sin móviles revolucionarios. Se funda entonces un partido revolucionario de liberación bajo la dirección de un hombre realmente grande, digamos Jesús, Marx, Lincoln o Lenin. El verdadero gran hombre se toma muy en serio tu libertad. Para instaurarla en la práctica necesita rodearse de muchos pequeños hombres, de ayudantes y aventureros ya que él no puede acometer solo esta obra gigantesca. Por otra parte, no le comprenderías y lo dejarías caer si no se hubiera rodeado de pequeños grandes hombres. Rodeado de éstos, conquista el poder para ti, o un trozo de verdad, o una fe nueva y mejor. Escribe evangelios, manifiestos de libertad, etc., y cuenta con tu ayuda y seriedad. Te arranca de tu ciénaga social. Para mantener juntos a tantos pequeños grandes hombres, para no perder tu confianza, el verdadero gran hombre debe sacrificar poco a poco su grandeza que sólo era capaz de salvaguardar en la más absoluta soledad espiritual, lejos de ti y de tu ruidosa existencia -y sin embargo en estrecho contacto con tu vida-. Para poder conducirte debe aceptar que lo transformes en un Dios inaccesible. No le tendrías confianza si continuara siendo el hombre sencillo que era, el hombre que puede amar a una mujer sin necesidad de un certificado de matrimonio. En este sentido únicamente tú eres el que creas a tú nuevo amo. Promovido al papel de «nuevo amo», el gran hombre pierde su grandeza, pues su grandeza se basaba en su honradez, sencillez, valor, y en un contacto real con la vida. Estos pequeños grandes hombres cuya grandeza se deriva del gran hombre, acaparan altos cargos de las finanzas, la diplomacia, el gobierno, las ciencias y las artes, y tú permaneces donde estabas: en la ciénaga. Continúas vestido andrajosamente por un «futuro socialista» o un «Tercer Reich». Sigues viviendo en casas sucias con techos de paja y paredes de estiércol. Pero estás orgulloso de tu palacio de cultura. Te conformas con la ilusión de gobernar hasta la próxima guerra y la caída de los nuevos amos.
En naciones distantes, pequeños hombres han estudiado concienzudamente tu desesperación por ser el esclavo de no importa quién y así han aprendido cómo se puede llegar a ser un pequeño gran hombrecito con muy poco esfuerzo intelectual. Estos pequeños grandes hombrecitos provienen de tu medio ambiente, y no de palacios y mansiones. Han padecido hambre y sufrido como tú. Acortaron el proceso de cambiar de amos. Han aprendido que cien años de duro trabajo intelectual por tu libertad, de sacrificio personal por tu felicidad, e incluso el dar la propia vida, era un precio demasiado alto para tu nueva esclavitud. Lo que los grandes pensadores de la libertad habían elaborado y sufrido en un siglo podía ser destruido en menos de cinco años. Entonces estos pequeños hombrecitos de tu medio ambiente -acortan el proceso: lo hacen más abierta y brutalmente. Incluso te explican de diversas formas que tú y tu vida, tu familia y tus hijos, no valéis nada, que eres estúpido y servicial que se puede hacer contigo lo que uno quiera. No te prometen libertad personal, sino libertad nacional. No te aseguran una autoconfianza humana sino respeto por el Estado; no una grandeza personal, sino una grandeza nacional. Y los aclamas calurosamente porque para ti la «libertad personal» y la «grandeza humana» no son sino conceptos vagos, mientras que la «libertad nacional» y los «intereses del Estado» te hacen la boca agua como un hueso para un perro. Ninguno de estos hombres paga el precio de la libertad genuina como hicieron Jesús, Giordano Bruno, Carlos Marx o Lincoln. No te aman, te desprecian porque tú mismo te desprecias, Pequeño Hombrecito. Te conocen muy bien, mucho mejor que lo que te puedan conocer los Rockefeller o los Tóries. Conocen tus peores debilidades de una forma en que sólo tú deberías conocerlas. Te han sacrificado a un símbolo y los conduces al poder sobre ti mismo. Tus amos han sido elevados por ti y sólo por ti, y son alimentados por ti, a pesar del hecho -o mejor, debido al hecho- de que han dejado caer todas las máscaras. Por supuesto, te dicen de muchas maneras: «tú eres un ser inferior sin responsabilidad, y tienes que recordarlo». Y los llamas «salvadores», «Nuevos Liberadores», y los aclamas «Heil, Heil» y «Viva, Viva»!
Es por todo esto que te tengo miedo, Pequeño Hombrecito, un miedo mortal. Porque de tí depende el destino de la humanidad. Te tengo miedo porque no hay nada de lo que huyas más que de tí mismo. Estás enfermo, ¡muy enfermo!, Pequeño Hombrecito. No es culpa tuya. Pero es tuya la responsabilidad de curarte. Desde hace tiempo te habrías liberado de tus opresores si no hubieras tolerado la opresión y no la hubieras apoyado tan activamente. Ninguna fuerza policial del mundo sería suficientemente poderosa para suprimirte si tuvieras sólo un ápice de
autorespeto en la práctica diaria de vivir, si supieras profundamente, que sin ti la vida no duraría ni una hora. ¿Te contó esto tu «liberador»? No. Te llamó «Proletariado del mundo», pero no te contó que tú, y solamente tú, eres responsable de tu vida (en lugar de ser responsable del «honor de la madre patria»).
Debes comprender que hiciste de tus pequeños hombres tus propios opresores, y que hiciste mártires de tus hombres auténticamente grandes; que los crucificaste y asesinaste y les dejaste morir de hambre; que ni siquiera tuviste un pensamiento para ellos y su trabajo por tí; que no tienes idea de a quién debes las plenitudes, cualesquiera que sean, que existen en tu vida.
Dices, «Antes de creerte quiero conocer tu filosofía de la vida.» Cuando oigas mi filosofía de la vida, te irás corriendo a tu juez municipal, o al «Comité contra las actividades-antiamericanas», o al FBI, al GPU, o a la «Prensa Amarilla», o al Ku-Klux-Klan o a los «Líderes de los Proletarios del Mundo», o, por último, sencillamente echarás a correr.
No soy Rojo ni Negro ni Blanco ni Amarillo.
No soy Cristiano ni Judío ni Mahometano, ni Mormón, ni Poligamio, ni Homosexual, ni Anarquista ni Boxer.
Abrazo a mi mujer porque la amo y la deseo y no porque tenga un certificado de matrimonio o porque esté sexualmente hambriento
No pego a los niños, no pesco ni cazo ciervos o conejos. Pero soy un buen tirador y me gusta dar en el blanco.
No juego al bridge ni organizo fiestas para extender mis teorías. Si mis enseñanzas son correctas se extenderán por sí mismas.
No someto mi trabajo a ningún oficial sanitario a menos que lo haya profundizado mejor de lo que yo lo he hecho. Y Yo determino quién ha profundizado el conocimiento y los vericuetos de mi descubrimiento.
Respeto estrictamente toda ley razonable, pero la combato cuando es obsoleta o sin sentido. (No corras al juez municipal, Pequeño Hombrecito, ya que él hace lo mismo si es un individuo decente).
Quiero que los niños y los adolescentes experimenten su felicidad corporal en el amor y que la disfruten sin ningún peligro.
No creo que para ser religioso en el auténtico sentido de la palabra, uno tenga que arruinar su vida amorosa,, rigidizarse y reprimirse en cuerpo y alma.
Sé que lo que tú llamas «Dios» existe realmente, pero de manera diferente a lo que tú piensas: como la primordial energía cósmica en el universo, como el amor en tu cuerpo, como tu honestidad y tu sentimiento de la naturaleza en tí mismo y a tu alrededor.
Echaría a cualquiera que, bajo cualquier baladí pretexto viniera a intentar interferir en mi trabajo médico y educativo con los pacientes ,y los niños. En cualquier juicio a puerta abierta, le preguntaría algunas cosas muy simples y claras que no podría responder sin sentirse avergonzado para siempre. Ya que soy un hombre trabajador que conoce los mecanismos internos del hombre, que sabe que tiene algún valor, y que quiere que el trabajo gobierne el mundo y no las opiniones sobre el trabajo. Yo tengo mi propia opinión, y puedo distinguir una mentira de la verdad
la cual utilizo, cada hora del día, como una herramienta que, después de usarla, guardo limpia.
Tengo miedo de tí, Pequeño Hombrecito. No siempre fue así. Yo mismo fui un Pequeño
Hombrecito, entre millones de Pequeños Hombrecitos. Entonces llegué a ser un científico natural y un psiquiatra, y aprendí a ver cuán enfermo estás y cuán peligroso te hace tu enfermedad. Aprendí a ver el hecho de que es tu propia enfermedad emocional, y no una fuerza exterior, la que, cada hora y cada minuto, te anula, incluso aunque no exista ninguna presión externa. Habrías vencido a los tiranos hace tiempo, si interiormente hubieras estado vivo y sano. Tus opresores provienen de tus propios medios, así como en el pasado provenían de los estratos superiores de la sociedad. Incluso son más pequeños de lo que tú eres, 'Pequeño Hombrecito. Ya que se necesita una buena dosis de mezquindad para saber de tus miserias a través de la experiencia y entonces utilizar este conocimiento para anularte todavía mejor, aún más duramente.
No posees el órgano sensorial para captar al hombre verdaderamente grande. Su modo de ser, su sufrimiento, su anhelo, su trayecto, su lucha por tí te es desconocida.
No puedes comprender que existen hombres y mujeres que son incapaces de suprimirte o explotarte, que son los que realmente desean que seas libre, real y honesto. No 'te gustan estos hombres y mujeres porque son extraños para tu ser. Son sencillos y rectos; para ellos, la verdad es lo que para tí son las tácticas. Miran a través tuyo, no con mofa sino dolidos ante el destino de los humanos; pero te sientes traspasado por su mirada y en peligro.
Sólo los aclamas, Pequeño Hombrecito, cuando muchos otros Pequeños Hombrecitos te dicen que estos grandes hombres son grandes. Tienes miedo de los grandes hombres, de su proximidad a la vida y de su amor por la vida. El gran hombre te ama simplemente como a un animal viviente, como a un ser vivo. No quiere verte sufrir como has sufrido durante miles de años. No desea oír tu parloteo como has parloteado durante miles de años. No quiere verte como una bestia de carga, ya que él ama la vida y quisiera verla libre de sufrimiento e ignominia.
Empujas a los hombres realmente grandes al punto de despreciarte, cuando dañados por tí y tu pequeñez se retiran, te evitan y, -lo peor de todo-, empiezan a compadecerte. Si acontece que tú, Pequeño Hombrecito, eres un psiquiatra, dígase un Lombroso, juzgan al gran hombre como a una especie de criminal, o un criminal que ha fracasado en serlo..., o un psicópata. Ya que el gran hombre, a diferencia tuya, no ve el interés de la vida en amontonar dinero, ni en la boda socialmente adecuada de sus hijas, ni en una carrera política, ni en un título académico, ni en el Premio Nobel. Por esta razón, porque no es como tú, le llamas «genio» o «excéntrico».
El, por su parte, trata de afirmar que no es un genio, sino simplemente un ser humano. Lo llamas «asocial» porque prefiere el estudio, con sus pensamientos, o el laboratorio, con su trabajo, al chismorreo, tus vacías «fiestas» de sociedad. Lo llamas loco porque gasta su dinero en la investigación científica en lugar de comprar acciones y mercancías como haces tú.
Te atreves, Pequeño Hombrecito, en tu inconmensurable degeneración, a llamar «anormal» al hombre simple y honrado, si se lo compara contigo, el prototipo de la «normalidad», el «homo normalis». Lo mides con tu miserable criterio y te parece que no alcanza las aspiraciones de tu normalidad. No puedes ver, Pequeño Hombrecito, que eres tú quien lo arrojas, -a él que está lleno de amor por tí y presto a ayudarte fuera de la vida social ya que la has hecho insufrible, tanto en la taberna como en el palacio. ¿Quién lo ha convertido en lo que parece ser, después de muchas décadas de romperse el corazón a base de sufrimientos? ¡Eres tú! con tu irresponsabilidad, con tu mojigatería, tu falso razonamiento, tus «inamovibles axiomas» que no pueden sobrevivir diez años de desarrollo social. Piensa simplemente en todas las cosas que jurabas eran correctas durante tan pocos años como el lapso entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuántas de ellas has reconocido honestamente que eran erróneas, de cuántas te. has retractado? Absolutamente de ninguna, Pequeño Hombrecito. El hombre verdaderamente grande piensa cautamente, pero una vez que ha llegado a sustentar una idea importante, piensa en términos de largo alcance. Eres tú, Pequeño Hombrecito, quien trata de paria al gran hombre cuando su pensamiento es correcto y duradero y tu pensamiento es insignificante y efímero. Convirtiéndolo en un paria siembras en él la terrible semilla de la soledad. No la semilla de la soledad, que produce hazañas, sino la semilla del miedo a ser malentendido y maltratado por tí. Ya que tú eres «la gente», «la opinión pública» y «la conciencia social». ¿Jamás has pensado honestamente, Pequeño Hombrecito, en la gigantesca responsabilidad que esto implica? ¿Alguna vez -y honestamente- te has preguntado a tí mismo si tu razonamiento es correcto,
desde el punto de vista de los acontecimientos sociales de largo alcance, de la naturaleza, de las grandes empresas humanas, por ejemplo la de un Jesús? No, no te preguntaste jamás si tu pensamiento era erróneo. Por el contrario, te preguntabas qué es lo que tu vecino iba a decir sobre ello, o si tu honestidad podría costarte dinero. Esto, y nada más, Pequeño Hombrecito, es lo que te preguntaste a tí mismo.
Después de haber conducido así al gran hombre a la soledad, te olvidaste de lo que le habías hecho. Todo lo que hiciste fue proferir otras tonterías, cometer otras pequeñas vilezas, causarle otra profunda herida... y olvidarte.
Pero es de la naturaleza de los grandes hombres no olvidar, pero también no vengarse, sino por el contrario, intentar ENTENDER PORQUE ACTUAS TAN MEZQUINAMENTE. Ya sé que esto también es ajeno a tu pensar y sentir. Pero créeme: si un centenar de veces, mil, un millón, inflinjes heridas que no puedes curar -incluso aunque al poco tiempo te olvides de lo que hiciste- el gran hombre sufre por tus delitos en tu lugar, no debido a que éstos sean grandes delitos, sino porque son mezquinos. Le gustaría saber qué es lo que te mueve para hacer cosas como estas: insultar a tu compañero marital porque él o ella te ha contrariado; torturar a tu hijo porque no le gusta un vecino vicioso; mirar con sorna a una persona amable y explotarla; coger donde se te da y dar donde se te exige, pero nunca dar donde se te da con amor,« dar otra patada al compañero que está hundido o a punto de hundirse; mentir cuando se pide la verdad, y siempre acorralar a la verdad en lugar de la mentira. Siempre estás del lado de los perseguidores, Pequeño Hombrecito.
Para ganarse tu favor, Pequeño Hombrecito, para ganarse tu inútil amistad, el gran hombre tendría que ajustarse a tí, tendría que hablar en la forma que tú lo haces, tendría que adornarse con tus virtudes. Pero si tuviera tus virtudes, tu lenguaje y tu amistad, ya no seguiría siendo grande, sincero y sencillo. La prueba de ello: los amigos que hablaron de la forma en que tú querías que hablaran, nunca han sido grandes hombres.
No crees que tu amigo pudiera conseguir algo grande. Secretamente te desprecias, incluso cuando -o especialmente cuando- haces la mayor ostentación de tu dignidad; y desde el momento en que te desprecias a tí mismo, no puedes respetarle a él que es tu amigo. No puedes creer que alguien que se sienta en la misma mesa contigo o vive en la misma casa pudiera alcanzar algo grande. Estando cerca tuyo, Pequeño Hombrecito, es difícil pensar. Uno sólo puede pensar sobre tí, no contigo. Ya que tu estrangulas cualquier pensamiento grande y arrebatador. Como madre le dices a tu hijo que explora su mundo: «Esto no es cosa de niños». Como profesor de biología dices: «Esto no es para estudiantes decentes. ¿Acaso dudan sobre la teoría de los gérmenes del aire?» Como maestro de escuela dices: «Los niños son para ser vistos y no para ser oídos.» Como esposa dices: «¡Ja! ¿Un descubrimiento? ¡Tú y tus descubrimientos! ¿Por qué no vas a la oficina como todo el mundo y haces una vida decente?» Pero tú crees lo que se dice en los periódicos, tanto si lo entiendes como si no.
Y te diré Pequeño Hombrecito: Has perdido la sensibilidad de lo mejor que hay en tí. Lo has estrangulado, y lo has asesinado siempre que lo has detectado en los otros, en tus hijos, tu esposa, tu marido, tu padre o tu madre. Eres pequeño y quieres seguir siendo pequeño.
¿Preguntas cómo puedo saber todo esto? Te contare:
Te he experimentado, he experimentado contigo, me he experimentado a mí mismo dentro tuyo. Como terapista te he liberado de tu pequeñez, como educador frecuentemente te he llevado hacia la integridad y la franqueza. Sé como te autodefiendes contra la honradez, conozco el terror que te conmociona cuando se te pide que sigas a tu ser verdadero y genuino.
No eres solamente pequeño, Pequeño Hombrecito.
Sé que tienes «grandes momentos» en la vida, momentos de «rapto» y de «elación», de «ascensión». Pero no tienes energía suficiente para ascender más y más alto, permitir a tu elación 'conducirte arriba, arriba. Tienes miedo de elevarte, tienes miedo de la altura y de la profundidad. Nietzsche te explicó esto muchísimo mejor hace ya mucho tiempo. Pero no te
explicó por qué eres así. Intentó convertirte en un Superhombre, un «Ubermensch» para engrandecer lo humano en ti. Su Ubermensch llegó a ser tu «Führer Hitler». Y tu seguiste siendo el «Untermensch».
Quiero que dejes de ser un Untermensch y quiero que llegues a ser tú mismo. Tú mismo, en vez de ser el periódico que lees o la pobre opinión de tu vicioso vecino. Sé que ignoras lo que eres y cómo eres en el fondo de tu ser. En lo profundo eres lo que es un ciervo, o tu Dios, tu poeta o tu hombre sabio. Pero tú crees que eres un miembro de la Legión, del club de bolos o del Ku-Klux-Klan. Y desde el momento en que crees esto, actúas tal como lo haces. Esto, también te lo han dicho otros; Heinrich Mann en Alemania hace ya veinticinco años, y en América, Upton Sinclair, Dos Passos y otros. Pero no conoces a Mann o Sinclair. Sólo conoces al campeón de boxeo y a Al Capone. Teniendo que escoger entre una librería y un baile, sin ninguna duda escogerías el baile.
Mendigas por un poco de felicidad en la vida, pero la seguridad es más importante para tí, incluso si te cuesta tu espinazo o tu vida. Como nunca aprendiste a crear felicidad, a disfrutarla y a protegerla, no comprendes el coraje del individuo honrado. ¿Quieres saber, Pequeño Hombrecito, cómo eres? Escuchas en la radio los anuncios de laxantes, pastas dentífricas y desodorantes. Pero no llegas a escuchar la música de la propaganda. No llegas a percibir la estupidez y el irritante mal gusto de esas cosas que están destinadas a ¡¡amar tu atención. ¿En algún momento has prestado atención a los chistes, que hace sobre tí el animador en un night club? Chistes sobre tí, sobre sí mismo, sobre la totalidad de tu miserable pequeño mundo. Escucha tu propaganda, la de laxantes, y aprenderás quién y cómo eres.
Escucha, Pequeño Hombrecito: La miseria de la existencia humana se esclarece a la luz de cada una de estas insignificantes fechorías. Cada una de tus pequeñeces hace que la esperanza de un mejoramiento sea cada vez menor. Esta es la causa para estar triste, Pequeño Hombrecito, una tristeza profunda que rompe el corazón. Para no sentir esta tristeza, haces pequeños chistes malos, y los llamas «humor-folk». Escuchas el chiste sobre tí mismo, y te ríes sinceramente, con los otros. No te ríes porque te burles de ti. Te ríes del Pequeño Hombrecito, pero no sabes que te ríes de tí mismo, que se ríen de ti. Millones de Pequeños hombrecitos no saben que se ríen de ellos. ¿Porqué se ríen de tí, Pequeño Hombrecito, tan abiertamente, tan sinceramente, con una alegría tan maliciosa, durante tantos siglos? ¿Nunca te ha hecho sentir incómodo la ridícula forma en que «la gente» es presentada en las películas? Te diré porque se ríen de tí, porque yo te tomo muy, muy en serio:
Con la mayor perseverancia tu pensamiento pasa siempre al lado de la verdad, del mismo modo como un juguetón tirador certero es capaz de dar continuamente fuera del blanco. ¿No te parece? Te lo voy a mostrar. Hace ya tiempo que hubieras llegado a ser dueño de tu existencia, si tu pensamiento fuese en dirección a la verdad. Pero razona de esta forma:
«La culpa de todo es de los Judíos.» «¿Qué es un judío» pregunto. «Gente con sangre Judía,» es tu respuesta. «¿Cuál es la diferencia entre la sangre Judía y otra sangre?» Esta pregunta te deja perplejo; dudas, te sientes confundido, y respondes: «Quiero decir la raza Judía.» «¿Qué es una raza?» Pregunto» ¿Raza? Pero si es muy simple: así como existe una raza alemana, existe una raza Judía. «¿Qué caracteriza a la raza Judía?» «Bueno, un Judío tiene el pelo oscuro, tiene el hueso de la nariz largo y ganchudo y ojos penetrantes. Los Judíos son avariciosos y capitalistas.» «¿Has visto alguna vez a un Francés o Italia, no mediterráneo al lado de un judío? ¿Puedes distinguirlos?» «Bueno, realmente no.» «Entonces, ¿Qué es un Judío? El color de la sangre no muestra ninguna diferencia; no parece muy diferente de un francés o un italiano. Y, ¿Has visto alguna vez Judíos Alemanes?» «Seguro, parecen Alemanes». «Y, ¿Qué es un Alemán?» «Un Alemán pertenece a la raza Nórdica Aria.» ¿Los Hindúes son Arios?» «Seguro.» «¿Son Nórdicos?» «No» «¿Son Rubios?» «No.» «Entonces date cuenta, no sabes lo que es un Alemán ni lo que es un Judío.» «Pero existen Judíos». «Por supuesto existen Judíos, as¡ como existen Cristianos y Mahometanos.» «Quiero decir la religión Judía.»«Era Germano Roosevelt?!» «No». «¿Por qué llamas Judío a un descendiente de David y no llamas Germano a Roosevelt?» «Con los Judíos es diferente» «¿Cuál es la diferencia?» «No lo sé».
Esta es la forma en que chocheas, Pequeño Hombrecito. A partir de este chocheo creas ejércitos armados y éstos encarcelan a diez millones de personas por «Judíos», aunque tú ni siquiera puedes decir qué es un Judío. Esto es por lo que se ríen de tí, la razón por la que se te evita cuando uno tiene un trabajo serio que realizar, ésta es la razón por la cual permaneces en la ciénaga. Cuando dices «Judío» te sientes superior. Tienes que hacer esto porque realmente te sientes miserable. Y te sientes miserable porque precisamente eres aquello que tú asesinas en el supuesto Judío. Esto es sólo una minúscula parte de la verdad sobre tí, Pequeño Hombrecito.
Sientes menos tu pequeñez cuando dices «Judío», con tono de arrogancia o menosprecio.
He hecho este descubrimiento recientemente. Llamas a alguien un «Judío» si te inspira un respeto demasiado pequeño o demasiado grande. Enjuicias arbitrariamente para determinar quién es un «Judío». Pero yo no te concedo este derecho, ya seas un pequeño Ario o un pequeño Judío. Sólo yo, y nadie más en este mundo, tiene el derecho de determinar quién soy yo. Soy, biológica y culturalmente, un mestizo, y estoy orgulloso de ser el resultado intelectual y físico de toda clase de razas y naciones, orgulloso de no pertenecer, como tú, a una «clase pura», de no ser chauvinista como tú, Pequeño Fascista de todas las naciones, razas y clases. Oí que en Palestina no quisiste a un técnico Judío porque no estaba circunciso. No tengo más en-común con los Fascistas Judíos que con otros cualesquiera. ¿Por qué, Pequeño Judío, solamente retrocedes hasta Sem..., y no hasta el protoplasma? Para mí, la vida comienza en la contracción plasmática, y no en la oficina de un rabbi.
Fueron necesarios muchos millones de años para desarrollarte desde un pez-gelatinoso hasta un terrestre bípedo. Tu aberración biológica, en la forma de rigidez, ha durado solamente seis mil años., Serán necesarios cien o quinientos o puede que cinco mil años antes que redescubras tu propia naturaleza, antes de que encuentres de nuevo al pez-gelatinoso que hay en tí mismo. Yo descubrí el pez de gelatina en tí y te lo describí con un lenguaje claro. Cuando oíste hablar de ello por primera vez, me llamaste un nuevo genio. Te acordarás, fue en Escandinavia, en aquel tiempo en que estabas buscando un nuevo Lenin. Pero tenía cosas más importantes que hacer y rechacé ese papel. También me proclamaste como a un nuevo Darwin, o Marx, o Pasteur, o Freud. Hace ya mucho tiempo que te dije que también tú serías capaz de hablar y escribir como yo, tan solo con que no aclamaras siempre, ¡Ha¡, Ha¡, Mesías! Ya que este clamor victorioso atonta tu mente y paraliza" tu naturaleza creativa.
¿No persigues a la «madre ilegítima» como a un ser inmoral, Pequeño Hombrecito? ¿No haces una estricta distinción entre los niños «nacidos dentro del matrimonio» que son «legítimos» y los hijos «nacidos fuera del matrimonio»que son «ilegítimos»? ¡OH, tú, pobre criatura! No entiendes ni tus propias palabras: Veneras al niño Jesús. El niño Jesús nació de una madre que no tenía certificado matrimonial. Así, sin tener la más mínima idea de ello, veneras en el niño Jesús tu anhelo de libertad sexual, tú, Pequeño Hombrecito Calzonazos. Hiciste. del niño Jesús, nacido «ilegítimamente», el hijo de Dios, quien no hacía distinciones con los hijos ilegítimos. Pero entonces, como el Apóstol Pablo, empezaste a perseguir a los hijos de¡ verdadero amor y a dar la protección de tus leyes religiosas a los hijos de¡ verdadero aborrecimiento. ¡Eres un miserable, Pequeño Hombrecito!
Tus automóviles y trenes pasan sobre los puentes inventados por el gran Galileo. ¿Sabías, Pequeño Hombrecito, que el gran Galileo tenía tres hijos sin licencia matrimonial? Eso no se lo cuentas a tus niños en la escuela. ¿Y no es cierto también que torturaste a Galileo por esta misma razón?
¿Y sabes, Pequeño Hombrecito de la «madre patria de los pueblos Eslavos», que tu gran Lenin, el padre más grande de todos los proletarios del mundo, abolió tus casamientos compulsivos cuando alcanzó el poder? ¿Y sabes que él mismo había vivido con su mujer sin licencia matrimonial? Y, a través de vuestro Führer de todos los Eslavos, ¿no os fueron restablecidas las viejas leyes de casamiento compulsivo, porque no supisteis que debíais proteger esta gran conquista de Lenin?
De todo esto no sabes nada de nada, porque, ¿Qué es la verdad para ti, o la historia, o la lucha por tu libertad, y quién eres tú, en cualquier caso, para tener una opinión propia?
No tienes la menor idea de¡ hecho de que es tu mente pornográfica y tu irresponsabilidad sexual las que ponen las cadenas de tus leyes matrimoniales.
Te sientes miserable y pequeño, mal oliente, impotente, rígido, sin vida y vacío. No tienes mujer, o si tienes una solamente quieres «tirártela» para así demostrar que eres un «macho». No sabes lo que es el amor. Estás estreñido y tomas laxantes. Hueles mal, tu piel es viscosa; no sientes a tu hijo en tus brazos y por eso lo tratas como a un muñeco que puede ser golpeado.
Durante toda la vida has sido molestado por tu impotencia. Invade cada uno de tus pensamientos. Interfiere con tu trabajo. Tu mujer te abandona porque eres incapaz de darle amor. Sufres fobias, nerviosismo y palpitaciones.
Tus pensamientos se revuelven alrededor de la sexualidad. Alguien te explica algo sobre economía-sexual, alguien que te entiende y le gustaría ayudarte. De forma que durante el día estarías libre de pensamientos sexuales y serías capaz de hacer tu trabajo. Le gustaría ver a tu esposa feliz y no desesperada entre tus brazos. Le gustaría ver a tus hijos rosados, en lugar de pálidos, amorosos y no crueles. Pero tú, oyendo hablar de economía sexual, dices: «El sexo no lo es todo. Existen otras cosas importantes en la vida».Así eres Pequeño Hombrecito.
0 eres «marxista», un «revolucionario profesional», y serías «Führer de los proletarios del mundo». Deseas liberar al mundo de sus sufrimientos. Las masas defraudadas huyen de tí, y tú corres detrás de ellas, chillando: «Deteneos, deteneos, vosotras masas proletarias! ¡Simplemente no podéis ver todavía que soy vuestro liberador! ¡Abajo el capitalismo! Yo hablo a tus masas, Pequeño Revolucionario, les muestro la miseria de sus pequeñas vidas. Escuchan llenos de entusiasmo y esperanza. Se amontonan en tus organizaciones porque allí esperan encontrarme a mí.
Pero, ¿qué haces tú? Dices: «la sexualidad es un invento pequeño-burgués. Son los factores económicos los que cuentan.» Y lees el libro de Van de Velde sobre técnicas sexuales.
Cuando un gran hombre lucha por dar una base científica a tu emancipación económica, lo dejas morirse de hambre. Mataste la primera irrupción de la verdad contra tu desviación de las leyes de la vida. Cuando este primer intento tuvo éxito, te hiciste cargo de su administración y de esta forma lo mataste por segunda vez. La primera vez, el gran hombre disolvió tu organización. La segunda vez, ya había muerto para ese entonces y no pudo hacer nada más contra tí. No entendiste que había encontrado, en tu trabajo, la fuerza viva que crea riquezas. No entendiste que su sociología quería proteger tu sociedad contra tu estado. No entiendes nada de nada!
E incluso con tus «factores económicos» no vas a ninguna parte. Un hombre grande y sabio trabajó por sí mismo hasta la muerte para mostrarte que tenías "que mejorar las condiciones económicas si querías disfrutar de la vida; que los individuos hambrientos son incapaces de ampliar su cultura; que todas las condiciones de vida, sin excepción, pertenecen a este mundo; que tienes que emanciparte a tí mismo y a tu sociedad de toda tiraría. Este hombre verdaderamente grande sólo cometió un error cuando trataba de concienciarte: creyó en tu capacidad para la emancipación. Creyó que eras capaz de proteger tu libertad una, vez la hubieras conquistado. Y cometió otro error: permitirte a tí, el proletario, ser un «dictador».
¿Y qué es lo que tú, Pequeño Hombrecito, hiciste con la riqueza de conocimiento e ideas provenientes de este gran hombre? De todo el legado de un gran espíritu y un gran corazón retuviste una palabra: dictadura. Todo lo demás lo tiraste por la borda, la libertad, claridad y verdad, la solución a los problemas de la esclavitud económica, el método de análisis; todo, absolutamente todo, se fue por la borda. Solamente una palabra, que había sido desgraciadamente escogida entre todo lo razonable, permaneció en tu memoria: dictadura!
A partir de esta pequeña negligencia de un gran hombre has construido un sistema gigante de mentiras, persecución, tortura, exterminadores, verdugos, policía secreta, espionaje y denuncias, uniformes, generales y medallas.-pero todo lo demás lo tiraste por la borda. ¿Empiezas a comprender un poquito mejor cómo eres, Pequeño Hombrecito? ¿Todavía no? ¡Bueno, intentémoslo de nuevo!: Las «condiciones económicas» para tu felicidad en la vida y el amor las confundes con «la burocracia; la emancipación de los seres humanos con la «grandeza del Estado» el levantamiento de millones con el desfile de cañones; la liberalización del amor con la violación de cada mujer sobre la cual podías echar mano cuando viniste a Alemania; la eliminación de la pobreza con la erradicación del pobre, débil y sin ayuda; el cuidado de los niños con la «crianza de patriotas»; el control de natalidad con medallas para las «madres con diez
hijos». ¿No has sufrido, tú mismo, esa idea de la madre con diez hijos?
En otros países, también, la desgraciada pequeña palabra, «dictadura», suena en tus 'oídos. Allí, la pusiste dentro de resplandecientes uniformes y creaste, desde tu medio social, al oficial pequeño, impotente, místico y sádico que te condujo al Tercer Reich y llevó a sesenta millones de tu clase a la tumba. Y sigues gritando ¡Heil, Heil!
Así es como eres, Pequeño Hombrecito. Pero nadie se atreve a decírtelo. Porque se te tiene miedo y se quiere que sigas siendo pequeño, Pequeño Hombrecito.

1 comentario:

  1. Es una exquisitez , torrentes del caudal bagaje , los elementos de juicio como esgrimen con las palabras , la evocación de la evolución hasta el humano Analisis sociológico la psicohistoria..el primate con la inserción del dna evolucionado ...su culminación ...la sobrevivencia ......o su propia destrucción.....fuerte abrazo ...gracias por compartirlo

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